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Lo contó en el año 1887, como tantas cosas narró de aquella Murcia que se fue, el genial periodista José Martínez Tornel en la sección ... titulada 'Lo del día' de su afamado 'Diario de Murcia'. Al parecer, el anuncio de la construcción de una fuente de agua en la plaza de Santa Eulalia animó a «algunos vecinos de dicha parroquia» a agitar la idea de colocar en ella un busto de Francisco Salzillo.
El proyecto estaba muy avanzado en abril de aquel año, si tenemos en cuenta que «ya hay arquitecto, ya tienen escultor, ya tienen fondos», también según 'El Diario', desde cuyas páginas animaba a los parroquianos a contribuir con su óbolo a la novedosa obra.
La idea rondaba los cenáculos de la capital desde hacía unos días. Un discurso, dedicado en parte a Salzillo y pronunciado por el marqués de Molins en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, animó al poeta Sánchez Madrigal a enviar una valiente carta a Martínez Tornel.
El poeta proponía la creación de una sociedad que, con el nombre de Salzillo, honrara su memoria, comenzando por editar una biografía y un catálogo de obras «con todo el lujo y esmero posibles». A ella contribuirían, en su opinión, no pocas autoridades locales e ilustres personajes, cuya lista incluyó en la misiva. Por último, abogaba por levantarle una estatua digna del escultor.
Habrían de pasar muchos años antes de que la iniciativa se convirtiera en realidad. Lo normal en estas latitudes. A lo largo de 1887 arrancaron las obras, que quedaron bajo la dirección del novel arquitecto Francisco Ródenas Rosa. Primero se abordó la construcción de la fuente pública para surtir de agua al vecindario.
Ródenas propuso en julio de 1889, según 'El Diario', un proyecto más modesto que el original, «aunque no menos vistoso». La fuente estaría escoltada por un pedestal rodeado de pebeteros de piedra sobre pilares exentos. Tres años después, sin embargo, volvían a paralizarse los trabajos por la inesperada muerte del arquitecto.
Entretanto, se decidió encargar la escultura de Salzillo a otro joven escultor jumillano, Ramiro Trigueros. La revista 'El Pandero' publicó en Jumilla en julio de 1892 que la estatua era uno de los principales proyectos del autor, a quien también le habían encargado un busto de Zabalburu, el acaudalado murciano hoy olvidado.
Tanto trabajo no llegaría a buen puerto. Porque Ramiro emigró a La Habana. Otro revés para el monumento, del que se haría cargo el escultor Francisco Sánchez Araciel. En 1897, anotaría 'El Diario' que las obras «están muy paralizadas». El mismo periódico publicó más tarde que los trabajos se reanudaron un 14 de noviembre de 1898 y «no se suspenderán ya hasta su terminación».
La causa fue que el Ayuntamiento de Murcia decidió aportar el dinero que faltaba para culminar el proyecto. Mientras tanto, Araciel daba los últimos retoques al busto, ya no estatua, del que Martínez Tornel escribirá en marzo de 1899 que «hemos oído elogiar mucho esta obra artística». Lo cierto es que poco se parecería a Salzillo, aunque Araciel no llegó a contemplar el retrato auténtico del escultor.
La pieza, doce años después de ser propuesta, fue colocada en la fuente el 2 de abril de 1899, Domingo de Pascua. Así que la inauguración coincidió con las Fiestas de Primavera. En el acto se mezcló el sonido de las campanas de Santa Eulalia con la Marcha Real que interpretaron dos bandas. Los edificios de la plaza estaban engalanados, como corresponde.
En su crónica de 'El Diario', Martínez Tornel explicó que se hacía justicia con la memoria del gran Salzillo y anotó datos inéditos sobre el origen de la iniciativa. Como publicó, la idea surgió en una tertulia que se celebraba en la farmacia de Manuel López Gómez. Otra tertulia al uso, como aquella que felizmente dio lugar al Entierro de la Sardina. Así somos en Murcia: nos reunimos cuatro, con cuatro chatos, y creamos una tradición en cinco minutos.
La ceremonia de inauguración supuso una feliz y casi inesperada culminación del proyecto; pero también el inicio de otra predecible y triste historia que alcanza nuestros días: la que cuenta el desmantelamiento de la fuente.
La verja de forja que lo rodeaba desapareció con el tiempo. Con el poco tiempo. Como ocurrió con los pilares de piedra labrados y los jarrones que los coronaban. Cuando el ayuntamiento cortó el suministro de agua a la fuente, tampoco tardaron mucho en retirar las enormes tazas de piedra donde se vertía.
En fin, una desidia patrimonial de libro en esta tierra catedrática en desmemoria aplicada. Y no exenta de polémicas. Como la que se suscitó en 2013 cuando el Consistorio repintó el busto, lo que causó no pocas críticas por el mal acabado de la restauración. La pregunta ahora es si, de verdad, Murcia ha rendido el homenaje escultórico en sus calles (no me vale la Gran Vía que le dedicaron y todos conocen solo como Gran Vía) que Salzillo se merece. Yo, discúlpenme, lo dudo.
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